Soy heredera del nombre de una valquiria. Brunilde, y al tener este nombre, siento analogía con aquella otra alma que vaga en busca de la presencia del amado. Siento los azules presagios de su tristeza, y hasta el resplandor de las llamas donde permanece encarcelada cuando los dioses le impusieron el castigo. Ella busca en todas las lunas del pasado, del presente y del futuro lo que le fue negado. Quiere la libertad para marcharse lejos, hasta el confín de un nuevo mundo y salir del cerco que le ha sido impuesto como sentencia sin fin. Aún sus pensamientos recorren el bosque donde antes yacían rodeados de las hadas que los protegían y jugaban a su alrededor, ella y Sigfrido. El alma de Brunilde, se encuentra desolada y su corazón permanece aún latiendo con la esperanza de que a la luz de la luna aparezca su figura gallarda, en su corcel alado Grane, el más veloz de los corceles celestiales, atravesando el fuego que la consume y que ha hecho que su alma esté agotada.
Un gemido de desconcierto sale de mis labios al encontrarme con un Sigfrido convertido en un símbolo de una época del pasado. No hay esperanza de que a galope tendido recorran el camino que los lleve hasta los confines donde habitan las almas que buscan una existencia nueva.
Un gemido de desconcierto sale de mis labios al encontrarme con un Sigfrido convertido en un símbolo de una época del pasado. No hay esperanza de que a galope tendido recorran el camino que los lleve hasta los confines donde habitan las almas que buscan una existencia nueva.
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