sábado, 12 de noviembre de 2016

Vivencias

Resultado de imagen para san antonio de maturin paisajeDejar mi pueblo y llegar a Caracas fue una de las etapas más traumáticas de mi vida. Ahora, después de muchos años, recordando toda esa etapa de aventura que emprendí, siento que fui transportada de un universo que contenía todo, en donde no faltaba absolutamente nada, y arrojada a una realidad que poco a poco tuve que aprender a vivir. Diesiseis años es la etapa de los sueños y exponerse sola en una ciudad desconocida es siempre un riesgo. 
Había sido dueña absoluta de un espacio, y a todo un entorno de identidades, relaciones, creencias, temores, y cariños. Y este lugar irá siempre con nosotros.
Resultado de imagen para san antonio de maturin paisajeResultado de imagen para san antonio de maturin paisajeDe niña me gustaba caminar por la calle, sentir el sol que abarcaba e iluminaba todo mi pequeño universo, la calle, la panadería, la bodega, el camino a la escuela, la iglesia con su párroco, amigo y consejero. Sentía mucho placer en hacer este recorrido a diario, ir por el camino, reconociendo los rostros de las personas, las sombras de los árboles, las tiendas de los turcos,  a la izquierda, la casa de la verja blanca, la plaza,  los almendros, las personas a caballo. Mi corazón siempre se aceleraba con el sonido de campanas que era el anuncio del llamado a misa, sólo tenía que cruzar la calle para encontrarme con la imponente iglesia, en la misma calle llegaba a la escuela.

Durante mi primer año en Caracas, hacía un recorrido imaginario de largas horas a todos estos lugares y fueron auténticos viajes hacia un amor vivido. El amor que sienten todos los seres humanos hacia la tierra que los vio nacer. Yo decidía en dónde comenzar el recorrido, a dónde ir, qué lugar visitar, cuánto tiempo me quedaba contemplando todo. Era como recitar un rosario de vividos recuerdos: mi abuela, la figura de mi madre, la vegetación, la calle donde voy caminando, la casa ahora triste sin mi presencia, el cuarto vacío sin mis sueños, la cocina apagada sin lumbre y el patio donde estaba mi árbol favorito, donde siempre me refugiaba cuando sentía que algo alteraba mi tranquilidad. Sufría, sufría enormemente la dolorosa  pérdida de aquel espacio. Y ahora describiendo estos recuerdos, no puedo parar de que toda esta información emocional llegue a volcarse sobre mi con todo su rigor.
Todas estas emociones dibujan una ciudad que no existe para mí, es ese otro lado de mi realidad, pero que siento totalmente viva. Siento que alimento mi amor espacial, porque siempre soñaré, con los detalles que eran importantes para mí. Los cambios del río, las montañas verde azulado que rodeaban el pueblo,  la vecina que se esmeraba  en cuidar sus flores, el amor que aún reservo para las señora que me llamaba lunita y me regalaba cerezas. Viajaré siempre a este mágico jardín. Sé que nunca será el mismo, pero sé que la única forma que tengo de sentirlo es soñando con él.
El amor a ese espacio, es una de las emociones más fuertes y menos complicadas  que me constituyen como persona. Soy efecto y causa de ese amor, y este ha quedado en mi como parte de lo que soy, y es posible dibujar en mis recuerdos aquellos lugares, donde el espacio se aleja y mis emociones sólo alcanzan  a hacerme consciente de  lo que ya no existe.