domingo, 24 de agosto de 2014

...¿Alguien más se atrevería a quitarse la máscara?

Muchas veces puedo sentir un sano orgullo por cosas buenas, otras me acompaña  un
orgullo de autosuficiencia, que  hace que me sienta muy creída de mi misma. Y hasta me hace pensar que solamente  puedo bastarme sola, hasta el punto se  sentir que los demás me son indiferentes y no me hacen ninguna falta.
Esto no implica que todo lo sé, que todo lo puedo y que todo lo quiero,  pero aparento ante los demás como que todo lo sé, lo puedo y lo quiero, y se que ahí está mi soberbia.
Esto me convierte en una gran solitaria. Y al prescindir de la compañía  de los demás me quedo, inevitablemente, con  la tristeza, el sufrimiento  y la agonía.

No es poca cosa lo que he heredado no se de quien, pero si se que de esos antepasados llevo su sangre y sus huellas. 
Esta soberbia no la tenía yo cuando era niña, porque sólo me bastaban las cosas sencillas y me  conformaba con muy poco, sólo la he conocido de adulta y no ha querido soltarme desde entonces.
A menudo también estallo como un trueno y ardo como un fuego. Y esta vez es la ira. Soy muy expresiva. A veces por demás:  Siento rabia, y arrebato. Claro que este arrebato pasa rápido...Pero lo he sentido.
Me justifico a veces diciendo que grandes personajes de la historia  han sentido el burbujeo de la ira en su sangre: El Dios del Antiguo Testamento, los grandes guerreros, las cruzadas y la inquisición, hasta el mismo Jesús hizo látigo para expulsar a los comerciantes del templo. En fin, los valientes y héroes siempre han sufrido  de la ira,  

Creo que en algunas dosis soy bastante recomendable. No me parece que siempre haya que guardar los modales como si la vida fuera una ceremonia diplomática llena de protocolos. La vida es un continuo desborde, un agitado exacerbamiento: Porqué  además tengo  la mansedumbre, la paz, la dulzura... 

Pienso que en cada ser  hay algo  enigmático y sofisticado, y es el placer en el no ser, en la nada, en el sin sentido. Porque este algo los convoca y los llama, los seduce y atrapa.
También la Gula, me acompaña en ocasiones.  Disfruto del gusto en el placer del comer,  no veo por qué hay que ser moderada habiendo tantos  aromas y sabores. 
No se crean que soy  regordeta. No son sólo apetitos los de la carne y el cuerpo. También hay voracidades del alma. Hambre y sed de curiosidad intelectual y espiritual malsana que nunca se agota, ni acaba. Hay gulas del espíritu que engordan el alma. 
la lujuria. también me tocó, dicen que es  pariente cercana de la gula pero un poco más sofisticada. También tengo un apetito voraz e inconformista pero mis gustos son otros. Lo que me gusta, lo consigo y lo practico.  
Aunque ciertos placeres dejan siempre el sabor de un cierto vacío y una continua insatisfacción. Y esto es culpa de que los amores y los encuentros humanos sean tan efímeros, tan rápidos, tan prácticos y es que el amor no va durar para siempre. Creo que ningún amor puede jactarse de eterno. Además la lujuria no tiene nada que ver con el amor, aunque a veces trate de imitarlo.

He dejado hablar a los cuatro defectos que poseo, con mucha sinceridad. Me alegro mucho de no tener los otros, la avaricia la desconozco, la envidia no la conozco, y la pereza esta muy alejada de mi, ya que me gusta la acción, debería contar con este pecado ya que tardaría más en envejecer, me gusta ir muy rápido y esto acelera y afecta toda mi vida 
Pero me siento satisfecha de poder reconocer  mis defectos, que se que mucha gente por ahí, les costaría hablar de ellos... Los he personificado con voz propia para que con cierta ironía cada defecto o pecado pudiera hacer su defensa. Detrás de cada pecado hay una motivación, una búsqueda, una razón, un sentido. 

Yo creo firmemente que  el pecado en sí mismo no existe, no es una abstracción.  Así como no existen las enfermedades sino los enfermos, ni existen las virtudes sino los virtuosos; de igual manera, no existen los pecados sino los seres humanos que pecan. 

Cada uno de ellos tiene su consistencia en el corazón humano, en sus raíces más recónditas y escondidas. Aparecen en nuestro cotidiano actuar llenando con su telaraña toda la superficie y la profundidad del alma humana. 

Después de todo, hablar de nuestros defectos es otra forma de hablar de nuestras propias sombras. 

¿Qué nos pasará después que nos miremos tal cual somos, bajemos a nuestro interior y nos aceptemos?; ¿Y cuando los otros nos miren así, tal cuál somos, sin máscaras, ni disfraces?.
...¿Alguien más se atrevería a quitarse la máscara?

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