sábado, 31 de diciembre de 2016

2.400 años de Aristóteles

Mucha gente se preguntará por qué, después de más de dos milenios, seguimos acordándonos de Aristóteles. Algunos pensarán que son necedades de los profesores o pedanterías de los filósofos. Lo cierto es que, después de 2.400 años, el mundo entero celebra el nacimiento de un hombre sin el cual nuestra forma de ver el mundo fuera hoy muy diferente.

Aristóteles nació en el 384 a.C. en Estagira, un pequeño pueblo en la península de Calcídica al norte de Grecia, a poco más de una hora de Tesalónica. En aquellos tiempos Estagira formaba parte del reino de Macedonia. Nicómaco, su padre, era el médico personal del rey Amintas, padre de Filipo ii y abuelo de Alejandro Magno. A veces pienso que los historiadores no han reparado suficientemente en esta circunstancia. Nicómaco murió cuando Aristóteles tenía 17 años, entonces fue enviado a Atenas para que estudiara en la célebre academia de Platón, donde permaneció durante 20 años. A la muerte de Platón, Aristóteles pasó una larga temporada en las ciudades de Atarneo y Asos, en el Egeo, y en la isla de Lesbos. En el año 343 a.C. Filipo ii lo llamó para que se ocupara de la educación de Alejandro, que contaba 13 años. Aristóteles permaneció con el príncipe durante al menos dos.

En 335 a.C. Aristóteles decide volver a Atenas y fundar su propia escuela, el Liceo, llamado así porque quedaba cerca del templo de Apolo Licio (que significa algo así como Apolo “protector de los lobos”). Allí, en medio de un bosque de pinos por el que merodeaban lobos salvajes y pasaba la corriente fresca del Iliso, quedaba un gimnasio donde los jóvenes iban a ejercitarse. Aristóteles compró el predio e hizo construir amplias estancias que alojaran salas de estudio y una espléndida biblioteca, e hizo sembrar un jardín botánico para el estudio de las plantas. A diferencia de la academia de Platón, el Liceo no cobraba a sus estudiantes, con lo que se diría que Aristóteles, entre otras cosas, fue el creador de la primera universidad gratuita. Ya otras veces hemos hablado del Liceo. Baste decir que en ese lugar, que aún se conserva en el centro de Atenas, Aristóteles escribió lo más importante de su obra científica y filosófica, mientras realizaba experimentos, dictaba conferencias y enseñaba conversando con sus discípulos en largos paseos por el bosque.

Para entender los alcances del pensamiento de Aristóteles hay que ponerlo en perspectiva con las doctrinas de sus antecesores, Sócrates y Platón. Sócrates había sido el primero en decir que los hombres podemos alcanzar la felicidad con la sola ayuda de la razón. Platón hizo suya la máxima y procuró aplicar la razón a los problemas humanos. Pero fue Aristóteles quien comprendió que la única forma de resolver esos problemas es aplicando la razón al mundo que nos rodea. Al fin y al cabo su padre había sido médico, y sabía bien que de nada sirve la razón si no la aplicamos para resolver los problemas y aliviar el sufrimiento humano. Esa es la esencia de la revolución aristotélica: aplicar la razón al mundo de lo concreto. Como inventor de la lógica fue el primero en organizar las leyes que rigen el pensamiento. Como fundador de la física supo aplicar estas leyes al mundo material. Como creador de las ciencias naturales desarrolló un método para comprender el misterio de la vida, la reproducción y muerte de las plantas y los animales. Como descubridor de la psicología nos enseñó que el conocimiento y control de nuestra mente está en nuestras manos y no en el capricho de los dioses. Como fundador de la ética supo que el fin de toda norma no debe ser otro que la felicidad. Como creador de la política comprendió que la ciudad es un hecho natural, y que su funcionamiento depende de condiciones económicas y geográficas y de la conducta de los ciudadanos, y no de las bondades de un proyecto utópico. Como estudioso de la retórica supo desentrañar los secretos de la comunicación y los poderes de la palabra. Como fundador de la teoría literaria fue el primero en explicarnos las técnicas de la belleza y las mañas del goce estético.

En 323 a.C. murió Alejandro y Aristóteles temió que en Atenas se desatara una persecución contra los macedonios. Entonces marchó a Calcis, en la cercana isla de Eubea, donde murió de viejo al año siguiente. Pero la historia no termina ahí. El Liceo continuó abierto por un buen tiempo y la obra de Aristóteles fue estudiada y celosamente cultivada en la Roma de Cicerón y Livio Andrónico, pero también en la Europa medieval de Tomás de Aquino y en el mundo árabe de Averroes. También en las primeras universidades de la América colonial, en México, Bogotá y Lima, pero también en la vieja Universidad de Santa Rosa de Caracas y en el Colegio de San Francisco Javier de Mérida. Dicen que de unos 170 tratados que escribió solo se conservaron 30, pero estos fueron suficientes para sentar las bases de toda la ciencia y el pensamiento moderno. Ese es el hombre al que hoy seguimos leyendo y estudiando, y al que 2.400 años después el mundo recuerda y celebra.

@MarianoNava



jueves, 29 de diciembre de 2016

Subliminal

La razón me dice “¿Pero qué estás haciendo?, ¿Ten un poco de cordura?".
Y yo, desobedeciendo, no pongo el punto y final necesario, me hago la sorda ante esa voz que me advierte de los peligros emocionales donde puedo quedar atrapada y sin salida. 
Me dejo llevar por el volcán emocional que se adueña de mi capacidad de pensar. 
Pongo un punto y coma para seguir y, luego viene lo único que está asegurado, el sufrimiento y la angustia donde quedo atrapada, y de la que me cuesta salir, por no hacer caso a la razón, que es esa voz interior, que me avisó del peligro...Me disculpo a mi misma y me digo: "Soy humana, no soy un robot programado".

sábado, 17 de diciembre de 2016

Mi alma tiene prisa- Mario Andrade.

Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora...
Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.
Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.
Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a manipuladores y oportunistas.
Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.
Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa...
Sin muchos dulces en el paquete...
Quiero vivir al lado de la gente humana, muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de ahora.
Que no huya de sus responsabilidades.
Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas...
Gente a quien los golpes duros de la vida, le enseñó a crecer con toques suaves en el alma.
Si...tengo prisa por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan...
Estoy segura que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.
Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una.
Lealtad con uno mismo
Mario de Andarde